lunes, 2 de julio de 2007

Me preocupa el creciente interés del hombre por los espectáculos deportivos. Bien pronto derivaremos a la vida castrada y aséptica de los estadios, respiraremos bien pronto la atmósfera húmeda y densa de las sucias toallas de los atletas.

El deporte es una actividad humillada y miserable. El deportista nada arriesga, cultiva sus músculos y adiestra sus reflejos para exhibirse ante una multitud enclenque, de ideas usadas y agrias. El público hace del atleta su ídolo, le atribuye virtudes que quisiera poseer y detrás de la opulenta trabazón de músculos, supone atributos heroicos que no existen, aún más, que el atleta niega. Es este un eunuco que la multitud cubre con deseos imposibles y antiguos ya perdidos hace tiempo. De allí que el deporte, como la prostitución y el alcohol, se convierta en una pingÜe industria en manos de mercaderes inescrupulosos. Mercaderes de atletas...

No es una decadencia esta afición presente por el deporte. Es la señal de que ha llegado nuestra hora más miserable, una hora que ha sonado varias veces para el hombre, pero nunca con tan convincente llamada como ahora.

El hombre del estadio, el fanático de los atletas, es capaz de todas las ruindades y miserias. Hace mucho tiempo que ya no es hombre. Ha escogido como fuente de su entusiasmo una ruin turba de pobres eunucos adiestrados. El hombre del estadio engrosó las filas de la GESTAPO - el nazismo fue una doctrina de estadio - , trabaja para la MDV soviética, lanzó la atómica en hiroshima, asoló Europa en nombre de la libertad y, hoy, comercia aterrorizado en la ONU. Cada días se nos impone como doctrina una nueva miseria ideológica, fermentada bajo las plomizas escaleras de los estadios. La participación colectiva y frenética del ser en sistemas que encierran su destrucción sin gloria, su desliemiento en el ambiente tibio de los gimnasios, se extiende peligrosamente como una plaga.

1 comentario:

Tipotrópico dijo...

Eso se llama sociedad actual de la era de la técnica, la democracia y el capitalismo globalizador.
Eso se llama realidad y está ahí fuera: en cada estadio, en los comercios, en la televisión, en la vida humana.
El hombre se comercializa, y la prole terrícola, desprovista del juicio y criterio necesarios, ahoga sus sentimientos de inutilidad propia en el purulento sistema en cuestión. El hombre se deshumaniza constantemente, si es que algún día fue humano.
Y aquí estamos los dos gilipollas: tú, que escribes cosas que el ochenta por ciento de ellos no entenderían; y yo, que te leo, te entiendo, y me lamento por la popular falta de sensatez.
Como si tú o yo fueramos a cambiar algo...
Como si alguien quisiese que algo cambiara...
Pero, como dijo Nietzsche: "Lo absurdo de una cosa no prueba nada contra su existencia; es más bien condición de ella."
Y así va el mundo.
Un saludo y que te vaya bien.