domingo, 14 de junio de 2009

Instrucciones para la masturbación del hijo

Si lees estas líneas es porque hoy cumples trece años y porque yo estoy muerto. Las redacto antes de partir a la batalla, casi sin armas, para enfrentarme a un enemigo superior. Ahora eres un niño de once meses —llevo aquí tu foto— pero mi ahora es tu ayer y no nos sirve. Escribo a trompicones. Las balas pasan tan cerca que es probable que ya tengas trece años. Es buen momento, entonces, para que tengamos una charla de hombre a hombre. Me habría gustado hacerlo en persona, pero ya ves: las cosas nunca son como las deseamos.
Supongo que el vivir sin tu padre te marcará para siempre. Has visto mis fotos, te han contado algunas historias, quizás te han dicho en qué guerra he muerto, pero no puedes imaginar al hombre que fui. No te preocupes, nadie podría. Además, yo no soy el de las anécdotas felices, ni tampoco soy el hombre que aparece en los retratos que miras. Las personas se conocen de verdad en medio del aburrimiento y traban amistad, si lo hacen, con la rutina de los días. No tendremos —no tuvimos— esa suerte.
Entre estas rutinas hay una, que ocurre más o menos a tu edad, en donde el padre debe tener el valor de dar al hijo consejos fundamentales. Voy al grano, porque tengo poco tiempo y menos luz. Es muy probable que hayas comenzado a notar ciertos cambios en tu cuerpo. Tu madre, que es una mujer bondadosa pero poco dada a la conversación, no sabrá explicarte qué ocurre, ni darte consejo para que aquello ocurra de un modo placentero. No la culpes, porque es un tema masculino. Y, si me apuras, sólo de ciertos hombres.
En breve tendrás (o quizá ya los tengas) amigos mayores o más espabilados que te explicarán las mejores técnicas para el desahogo automático del cuerpo: dormirse la mano, por ejemplo, o agujerear medio kilo de carne y calentarla hasta los veintinueve grados. Todo esto será válido y al mismo tiempo será falso. No redacto esta carta para enumerar maniobras eficaces ni para revelarte accesorios.
El chimpancé también hace lo que haces tú cada noche. Con un poco de suerte, en un laboratorio se le podría enseñar al chimpancé la técnica de dormirse la mano, o la de calentar un trozo de carne, para darse mejor placer. Pero tú tienes algo que el chimpancé no tendrá nunca. Me refiero a una herramienta muy poco valorada por los adolescentes y por los hombres vulgares: la fantasía privada.
La fantasía privada, la masculina, la secreta, se construye sobre la base de dos consignas: qué haría yo si, cuando eres joven e inexperto; y qué hubiera pasado si, cuando eres mayor y te arrepientes de las oportunidades perdidas. Con estos mínimos recursos los hombres de bien le ponemos fin al tema de la imaginación, una herramienta que, por lo demás, utilizamos poco.
Ahora eres muy joven, pero llegarán tiempos de padecer un largo viaje en avión o tren, de intentar conciliar el sueño en vano, de esperar en una esquina a que llegue alguien que no aparece... Es entonces cuando debes hacer uso del qué haría yo si, y del qué hubiera pasado si. Con la práctica, cualquier tiempo monótono puede convertirse en un tiempo clandestino.
Toma papel y lápiz, porque lo que voy a decirte es más valioso que cualquier manualidad que te enseñen, en la escuela o en la calle, tus camaradas mayores. La imaginación privada masculina se desarrolla únicamente en dos contextos:
a) bajo el amparo de un hecho inconcluso del pasado (‘qué hubiera ocurrido si me animaba a proponerle un trío a las mellizas Klein la noche que estaban borrachas al lado de la piscina; desarrollar la idea hasta acabar’); o
b) en la sospecha de un futuro improbable (‘qué haría yo si la vecina del quinto me viene a pedir azafrán un sábado a las dos de la madrugada, en camisón; explayarse sobre el tema hasta acabar’).
No hay más recursos que esos dos; ni en el universo de la fantasía masculina, ni en la literatura erótica en general.
Con estas introducciones no te serán necesarias las películas pornográficas, ni las revistas donde aparecen mujeres desnudas, ni los prismáticos en la oscuridad para fisgonear las azoteas. Qué haría yo si… Qué hubiera pasado si… Esas cuatro palabras, y no otras, deberán servirte como contraseña para todas tus noches, desde la noche de hoy y para siempre.
Los hombres —mayores o púberes, lo mismo da— tenemos una extraña virtud: sólo sabemos de qué modo actuar cuando ya ha pasado la ocasión propicia o cuando ésta aún no se ha presentado. En el momento preciso, justo allí, no podemos reaccionar; antes y después, lo tenemos más claro que el agua. Pero al menos lo sabemos, con tardanza o con clarividencia, pero lo sabemos; y eso es lo que importa. El chimpancé no lo sabrá nunca; ningún animal de la selva sabe casi nada sobre la frustración.
Como te he dicho al principio de esta carta, hijo, las cosas nunca son como las deseamos, y esa verdad es la madre de la imaginación privada. A tu edad, y durante algunos años, tus fantasías nocturnas te llevarán por el camino de la ficción, porque todavía no tendrás memoria de tus fracasos; pero con el tiempo, todos los hombres nos quedamos con una sola fantasía privada. Una sola. Y siempre comienza con la triste música del qué hubiera ocurrido si. Volvemos a reeditar, una y otra vez, la misma escena trunca que nos obsesiona.
¿Qué harías, hijo, si la joven profesora suplente de francés, que te ha encontrado fumando solo en el baño del colegio, en lugar de llevarte de una oreja a dirección te pidiera un cigarro y se quedara allí, contigo? ¿Qué harías si, entre calada y calada, te confesase que se ha separado hace tres meses y que echa de menos el calor de alguien en su cama? Y si enseguida te dijera, por ejemplo, que pareces mayor de lo que eres y después te rozara al descuido una pierna, tú, ¿qué harías?
Yo, que soy tu padre y quizás ya estoy muerto, hace algunos años fui un alumno estúpido y tembloroso. La historia con la profesora de francés me ocurrió en la vida real, no en el mundo privado de las sábanas, y entonces me escapé del baño; corrí por el patio del colegio como un cobarde. No supe qué hacer con semejante porción de realidad servida en una bandeja. Huí.
Antes de ese día mis noches eran irreales de principio a fin. Utilizaba únicamente el que haría si y con eso me contentaba. Pero desde esa misma tarde, solo en la cama o en la ducha, comencé a descubrir las infinitas variantes que me había ofrecido, sin saberlo, la profesora suplente de francés. Ella había abierto una puerta. El placer ahora me resultaba más doloroso y humillante, pero su hallazgo inauguró un sin fin de mundos paralelos.
A veces yo la desnudaba en el baño del mismo colegio, trabando la puerta con el talón de mi zapato. Otras veces iba a su casa la noche siguiente, y ella me había dejado la ventana de su cuarto entreabierta. En ocasiones nos encontrábamos en el gimnasio, y estirábamos unas colchonetas raídas; o nos escondíamos de todos en la oscuridad del salón de actos. A veces, en mi fantasía, la chica que me gustaba nos veía desnudos y se ponía celosa. Otras veces se acercaba a nosotros, se nos unía. Cada noche yo tenía un romance diferente con mi profesora de francés. Un romance que comenzaba, siempre, con la conversación real y la caricia real en la pierna. Esa verdad sin discusión le daba al resto de la utopía un poder deslumbrante.
Cuando terminé los estudios seguí fantaseando con ella. Al casarme con tu madre continué viviendo en el mundo solitario de mi profesora de francés. Incluso cuando quiero poner la mente en blanco o pensar en otra cosa, la película comienza y no puedo dejar de verla hasta el final, porque el final nunca es el mismo. Todavía lo hago algunas noches, cuando esta guerra absurda me permite estar solo y a oscuras. Imagino el momento inicial del cigarrillo y la conversación que alguna vez ocurrió en este mundo, y después construyo las diferentes variaciones que pudieron ser y no fueron. Las del otro mundo, las que me completan.
Ojalá pienses, durante tus primeras noches de placer solitario, en mi profesora de francés, en esta historia que te he contado. Comienza a imaginar la escena por donde yo la he dejado: cuando ella me mira, fuma despacio y me roza una pierna. Ella era guapa, y tenía algo de tristeza en los ojos. Después puedes continuar la historia por donde tú quieras. Acaba por mí, hasta el último de los días.
El desahogo masculino es un amor a destiempo, un romance nocturno que ocurre en épocas paralelas que no se cruzan. Se parece mucho a esta conversación remota, hijo, en la que yo le hablo al hombre que serás, y en la que tú me escuchas cuando ya estoy muerto.


Hernán Casciari.

domingo, 1 de marzo de 2009

Despierta.

Todo ser deberia presuponerse plenamente consciente de la propia existencia, de la certeza de estar ahi, ocupando un lugar en el espacio,un ente en si mismo, una unidad, separado fisicamente y mentalmente de todo lo exterior, y en especial, del otro ser que lo esta mirando.

En esto es lo que podrias pensar cuando, por ejemplo, tras deambular perdido por los bosques de montaña del pirineo francés buscando a tus compañeros de expedición, te topas con un amable oso pardo, erguido sobre sus dos patas, mirandote con indiferencia a cuatro metros de distancia.Te quedas petrificado, no sin antes encogerte ligeramente y adoptar una posicion instintiva de defensa, mas eso lo hace tu cuerpo,pues tus ojos , acompañados de toda tu mente, se fijan en los de el, unos ojos ambarinos totalmente inexpresivos . Y pasan los segundos, ninguno hace ningun movimiento, las miradas fijas, como una mística union que ninguno se atreve a romper, todo el bosque en silencio, dos seres de mundos distintos comunicandose, cada uno enviando al otro la misma información: “existo…, y sé que tú tambien”. Y siguen pasando los segundos, empiezas a sentir miedo, piensas que no podras moverte hasta que el oso se canse y se vaya, te desesperas al pensar que en algun momento tu cuerpo fallará , y con el mas ligero movimiento de tu cuerpo cansado el oso que mira sin ver se abalanzará sobre ti para devorarte. Entonces el oso levanta una de sus amenazantes zarpas sin apartar la mirada y cuando tu cuerpo esta ya a punto de hacer una maniobra de evasión olímpica, el oso te suelta : “¿Oiga, vamos a quedarnos asi todo el dia o entra y le invito a una taza de té?”

lunes, 9 de febrero de 2009

2ª Parte.

2ª Parte.


¿Como el perfecto Dios pudo permitir que esta raza desarollase el factor de desequilibrio (inteligencia)? ¿Como pudo dar a luz a sus verdugos?

Ya basta de pensar en Dios como un ser racional, con metas, sueños y deseos. No. Dios no es más que la vida, el complejo, inalcanzable, y maravilloso sistema vital de la tierra. Los árboles, como altos centinelas protegiendo a sus hijos, ofreciendo su vida sin pedir nada a cambio, purificando el aire, las aves surcando el cielo inmenso, los reptiles, fundiendo su vientre a la tierra y disfrutando del sol,... todos ellos son Dios, que no es mas que la voluntad de vivir.

¿Como pueden creerse la obra maestra de dios, si su mera existencia supone un peligro para él?

Dios está en la naturaleza. Ellos la abandonaron. ¿Quien es lucifer en esta biblia natural? Ellos, los que saquean, los que extinguen, los que asesinan, los que inventaron el odio, los que contaminan, los que destruyen, los que no piensan sino en sí mismos. Los hijos que comen demasiado, dejando secos los senos de su madre, matándola lentamente, succionando hasta la ultima gota de sus recursos. Y no solo eso. Tambien roban a su prójimo los recursos que la propia naturaleza les ofrece. Por extraño que suene, la menor parte de la poblacion de estos seres llamados humanos se come lo de todos los demás.

¿Existe un ser mas despreciable que este? Directamente, los animales estan por encima del bien y el mal, meras invenciones humanas, absurdas y falsas, y aun así, los animales no se libran de sufrir en sus carnes nuestro "bien y mal".

Incluso el mas santo y bueno de los humanos es completamente malvado y egoísta, si no lo fuera, ya se habría suicidado.









"El trabajo de los filósofos es matar niños"
Descartes. Discurso del método.



La biblia de la ardilla. Apocalipsis 13:10

domingo, 8 de febrero de 2009

De como mordí la vida hasta hacerla sangrar.

Primero estaba el incognoscible Caos. De él surgió el Orden, instaurando así el equilibrio primigenio, la dualidad, la esencia del génesis.

El Caos obtuvo así cualidades del orden, estructurándose, formando lo que subjetivamente cada ser experimenta como realidad. Mas la realidad es como una moneda de la que solo vislumbramos una cara (el Orden) mientras que la otra nos permanece oculta (Caos). Esto se debe a que nosotros, los seres vivos, somos hijos del orden, bastardos del caos.

Tras el cisma del Caos y el Orden, surgió una energía. Las palabras no bastan para explicar la inmensidad y complejidad de esta energía, ni mucho menos su origen exacto, mas esta energía es la que impulsa toda reacción física en su principio, ya que sin reactivo no hay reacción. Esta energía, llámese como se quiera, forma un todo indivisible, que cambia y se transforma adoptando diferentes cualidades de materia, pero permanece, encerrada para siempre en un ciclo inmutable, que se recicla a sí mismo.

La energía cobró su mayor cualidad: La vida.

Y nació dios...

.... formando así el eje, la balanza que sostiene estoicamente el equilibrio de todas las vidas. Este dios, ungido en el charco primigenio, surgió de las aguas, cual bestia del cieno, arrastrándose por el fango, hijo de los árboles, exhalaba vida con cada aliento, iniciando así, la vertiginosa vorágine que impulsó a la vida a tomar más y mas formas, hasta que el equilibrio se fue tornando cada vez más complejo, más diverso. El dios de las mil caras extendió sus brazos y se apoderó de la tierra hasta hacerse uno con ella misma, conquistando así su ígneo corazón de lava.
El dios, fundido en esencia y alma a todos sus hijos estableció lo que llamamos naturaleza, pues ella es, dios, el fin primero y último de todas las cosas.

Pero en algún momento incierto, algunos hijos del dios comenzaron a cambiar.

Adquirieron el poder de una maldición que los separaría para siempre del todo divino.

Su inteligencia, les llevó a rebelarse, inconscientemente, contra las leyes del dios. En vez de formar parte del equilibrio, comenzaron a aprovecharse de lo natural en su beneficio, y así se alejaron del cielo, abandonando el camino de los mil dioses, dispuestos a crear el suyo propio, separándose así del todo natural y perfecto, y a tomar consciencia de su propia individualidad. Se llamaron desde entonces "Humanos", pero en realidad son ángeles caídos. Los más solitarios seres de la tierra.

Únicos son, sin embargo, estos demonios que, cegados por su orgullo, se creyeron dueños de todo. Atrapados, solos en un camino incierto, se dedicaron a crear un nuevo mundo que les salvase de su caída. Crearon sus propias reglas, sus propios códigos para entender la realidad, se creyeron dueños y señores de todo, capaces incluso de crear a un nuevo dios , a su imagen y semejanza, un dios de la muerte y de la negación de la vida, como un ídolo falso que portar contra su dios-padre,el de la vida, su mas pura antítesis.

Negaron el equilibrio de la tierra e instauraron su propio sistema. Lo llamaron moral.

Una moral inválida, una moral que encierra a los humanos en su propio sueño, para evadirse de la verguenza, del rencor que portan , por haber sufrido su particular maldición. La moral es pues un sueño, una ilusión, un código variable y violable, que nada tiene que ver con el de la sabia naturaleza.

Inmersos en su ficticio mundo, prosiguieron su camino , condenandose a si mismos. Como un virus, su número fue creciendo a ritmo bacteriano, propagándose por toda la tierra, devorando todo a su paso, subyugando todas las razas, aniquilando la vida, en una suicida carrera hacia la autodestrucción.

¿Les importa a ellos? ¿Son acaso conscientes de su propia condenación?

No, pues, gracias a sus sistemas ficticios que conforman el mundo humano, dan sentido a su suicidio , a su orfandad. Su moral, su ciencia, su tecnología, no son mas que formas de crear quimeras, quimeras inundadas del ego de sus creadores, donde encontrar la forma de ser propiamente dioses de su mundo humano, dueños pues de la tierra, de su madre, del maravilloso y perfecto sistema de dios, violándolo y destruyéndolo, subyugándolo, creyendose sus únicos amos.

Jamás pidieron perdón, jamás tomaron su inteligencia como una maldición, sino como una virtud, algo que inmediatamente los hace superiores a todos los demas seres, a toda vida existente. Ellos mismos, pobres ilusos, se creen el máximo exponente de la vida, la perfección, la meta de la evolución, el fin del camino. Con derecho pues, a someter todo lo demás a su servicio. Tan lejos llegó su egoísmo y su vanidad, que, paradójicamente, comenzaron a destruir su propio sustento, su medio, agotando sus recursos, destruyéndolo sin piedad, extinguiendo especies, luchando también entre ellos, pudriendo la tierra, el mundo, en un bonito regalo para sus hijos. Y esque no hay que olvidar, que este ser se considera un ser individual, hecho que hace anidar las raíces del egoísmo en lo mas hondo de su corazón.

Ni su ciencia ni su moral podrán salvarlos de su propio egoísmo.





No hay duda de que estos seres, llamados humanos, poseen cualidades, derivadas de su razón, que los hace mucho mas aptos para la supervivencia, incluso para alargar y mejorar su existencia. Habria sido el camino de la autosuperación, el camino hacia un estado de consciencia superior, una existencia en equilibrio. Podriamos haber sido dioses pero preferimos ser gusanos.

Lo que imposibilita a los seres humanos el convertirse en dioses es el sometimiento tácito a un ser, un ente montruoso, una cárcel que negó su experiencia vital reduciendola a una insípida y banal vida en pos de objetivo colectivo, un sometimiento de sí mismos, una de sus peores limitaciones para vivir de forma plena, la muerte del libre albedrío.
Se le llamó Sociedad.

Este monstruo, ridículo amago de la organización natural, actúa como un maligno elemento de colectivización en pos de un fin superior, un fin absurdo, un fin que no es mas que la sublimación del egoismo, a costa de la libertad individual.

Podemos decir pues, que la Sociedad solo es producto del egoísmo humano.

La monstruosa multiplicación demográfica de los seres humanos fue lo que los impulsó a juntarse y encerrarse en insanas ciudades, donde tu libertad se ve limitada por la de los demás, donde la muerte se acumula como la basura, donde cada vez hay menos verde, y mas humo y gris. Estas ciudades son el mayor exponente de la muerte natural, de la miseria humana y de la suciedad. El icono que simboliza el último paso que dio el hombre para alejarse del camino de la vida, en pos del de la muerte.


Fin de la primera parte.



La biblia de la ardilla. Apocalipsis 13:10.